Fernando Ariza | 26 de marzo de 2021
La Divina Comedia tiene una estructura narrativa excepcional, tan buena que casi podríamos decir que es arquetípica. Comienza con una catábasis o viaje al inframundo y continúa con la ascética subida a la montaña del Purgatorio, para terminar saltando al glorioso Paraíso.
La Divina Comedia se ha convertido en un libro eterno, lo que llamamos un clásico, pero diría que ha trascendido lo puramente literario para convertirse en un lugar común de la cultura occidental. Un síntoma de que un libro o un autor asciende de nivel se comprueba cuando se incorpora al lenguaje popular. El adjetivo ‘dantesco’ es usado con cierta cotidianidad y por un número mucho mayor de personas que las que probablemente hayan leído su Comedia.
No es un libro teológico, ni religioso o espiritual, a pesar de estar transido de teología, religiosidad y espiritualidad. Tampoco es un catálogo de pecados, aunque con todo lo que ha llovido desde entonces es difícil encontrar algún vicio que no aparezca entre sus versos. Y por supuesto que no es únicamente un viaje al Infierno, a pesar de que para muchos es la única parte que cuenta, y de hecho el adjetivo ‘dantesco’ viene a emular el mundo de pesadilla, violencia y horror que describe en los nueve círculos infernales.
Si ordenamos las tres partes de la Comedia según el interés que han despertado, creo que el Infierno ganaría por goleada y en segundo lugar quedaría el Purgatorio. El Paraíso ocuparía la tercera posición a pesar de su belleza. Me pregunto por qué, según asciende en bondad, desciende el interés del lector por la narración.
Una interpretación rápida explicaría que el Infierno gusta por el morbo que provoca el regusto por el mal, descrito en ese lugar lleno de condenados. Tanto sus vicios como sus castigos despertarían nuestra malsana curiosidad y por eso gusta tanto. Sin decir que en parte pueda ser así, creo que es una interpretación parcial. La curiosidad siempre ha tenido mala fama, ya se sabe que nos trajo todos los males por culpa de Pandora y que, por supuesto, mató al gato. Desde el punto de vista narrativo, no obstante, la curiosidad es esencial, pues constituye el motor del relato. Hay muchos motivos para terminar una novela, una obra de teatro o una película, pero todos podrían reducirse al sencillo «quiero saber qué pasa después». Sin curiosidad no habría narración, o sería algo muy diferente. Y entre lo que nos produce más curiosidad está el error ajeno. Ya lo dijo Aristóteles en su Poética: «Gozamos el contemplar más detalladamente las imágenes de las cosas que, una vez vistas, nos son dolorosas».
En la teoría del storytelling, a esa curiosidad por el error, por la complicación, lo llamamos conflicto. Toda narración eficiente comienza con un conflicto que obstruye el itinerario del protagonista, y termina con la resolución de ese conflicto, de forma favorable o desfavorable. Ese conflicto es el que provoca nuestro interés, nuestra curiosidad, y hace que sigamos leyendo.
Tal vez sea tarde para redefinir el adjetivo ‘dantesco’, pero no para descubrir que hay algo más tras esas puertas que nos obligan a abandonar toda esperanza
La Divina Comedia en su conjunto tiene una estructura narrativa excepcional, tan buena que casi podríamos decir que es arquetípica. Comienza con una catábasis o viaje al inframundo y continúa con la ascética subida a la montaña del Purgatorio, para terminar saltando al glorioso Paraíso. La desconexión de las partes provoca esa disociación del interés, pues desde el punto de vista narrativo el Paraíso no tiene sentido sin las anteriores. Un relato que fuera un ascenso desde la felicidad hasta una mayor felicidad, sin conflicto, nunca triunfaría.
Piénsese en una historia de amor en la que todo fuera bien desde el primer encuentro hasta el final. Nadie duda de que es una historia bonita, pero todos estaríamos de acuerdo en que carece del mínimo interés narrativo. El Infierno, por el contrario, tiene el conflicto servido en cada uno de sus cantos. Sus habitantes acumulan historias difíciles: en el camino a la virtud perdieron el rumbo y ese conflicto mal resuelto se cierra con el sobrecogedor «para siempre» sobre sus cabezas. El lector curioso no puede menos que regocijarse ante tamaña catástrofe ajena.
Sin embargo, con todo el interés narrativo que pueda tener esa primera parte, su sola lectura nos vela la mayor parte de su significado, que solo se entiende al terminar el libro. Tal vez sea tarde para redefinir el adjetivo ‘dantesco’, pero no para descubrir que hay algo más tras esas puertas que nos obligan a abandonar toda esperanza.
El Debate de Hoy conmemora el VII centenario del fallecimiento del poeta italiano con una serie de artículos que puedes seguir en este enlace.
Dante me ayudó a obtener la habilidad de ver el mundo iconográficamente, como una ventana a lo divino. Mi fe cristiana ortodoxa me enseña que así son las cosas, al igual que la metafísica y la filosofía tradicionales. De alguna manera, no lo había entendido como debía hasta que leí la Divina Comedia.
El concepto «storytelling» se ha puesto de moda en ambientes como el «marketing» o la política, pero los orígenes de la narración son tan antiguos como el propio hombre.